Playa, pesca y curiosidades
Darse un chapuzón en las aguas del Paraná, lanzarse al río en lanchas alistadas para la pesca, caminar por lo senderos de la reserva Atinguy, cruzarse con una pareja de mytũ que vive en libertad; todo esto y más es posible en Ayolas, donde el atardecer regala a los ojos paisajes naranjas y azules.
Al hablar de Ayolas, lo primero que viene a la mente es la represa de Yacyretá, cuya construcción la tuvo como base en las décadas de los 80 y 90, y en segundo lugar, quizá, la pesca, con sus generosas entregas de dorados y surubíes. Pero, últimamente, su actividad turística se centra también en la playa y los paseos ambientalistas, de gran riqueza.
Para tener idea, el recorrido desde Asunción hasta Ayolas, que pertenece al departamento de Misiones, representa un total de casi 310 km, que incluye unos 257 km por ruta 1 más el desvío de 50 km; todo por asfalto, que pasa también por la pintoresca y tranquila localidad jesuítica de Santiago. Al llegar a la jurisdicción ayolense (hay un arco que da la bienvenida y guardias policiales que controlan el ingreso) existen dos opciones para el visitante. En primer lugar puede ir a la ciudad, para lo cual debe seguir por la denominada “supercarretera” y, luego, desviar por la doble avenida Arary, atravesando la Villa Permanente y bordeando, después, el barrio Mil Viviendas. Posteriormente, se puede tomar un segundo desvío en la también doble avenida Mariscal Francisco Solano López, para llegar al corazón del barrio San Antonio, una zona comercial, de hoteles y restaurantes (algunos muy recomendables, con platos a base de pescado). Se puede continuar hasta la divisoria del barrio Lima y desviar en el sitio en el que está la plaza de los Pescadores, con un monumento alusivo, e internarse en el barrio San José hasta llegar a la playa municipal.
Los barrios San Antonio y San José tienen el mayor número de hoteles, posadas y hospedajes de Ayolas. En el primero de ellos, sobre la misma avenida Mariscal López, se pueden encontrar locales dedicados a la producción y venta de pescados al vacío y congelados (en filetes y otros cortes), recomendables por su higiene y practicidad para aquellos que no practican la pesca o, simplemente, quieren traer el producto a sus hogares para un posterior consumo.
El acceso a la playa es libre y hay una cantina en el lugar en temporada de verano, pero abre ya un poco entrada la tarde, por lo que es mejor –para prevenir– llegar con agua y algún alimento que va a necesitar. En verano, el área de la costa habilitada para el ingreso de personas está señalizada y hay guardias, algunos de la Prefectura, quienes vigilan esa parte del río. Hay que esperar, de ser posible, hasta los últimos minutos del atardecer para disfrutar de los colores que regala a esa hora la naturaleza, pues vale la pena.
La segunda opción
Es la opción ambientalista. A la misma entrada ya descrita hay un desvío a la izquierda, que es el camino asfaltado Ayolas-San Cosme y Damián, de unos 50 km, pero basta con recorrer 10 km para arribar a la reserva Atinguy, dependiente de la Entidad Binacional Yacyretá. La entrada es libre y las curiosidades que ofrece son muchas. Hay información abundante al respecto en las redes, pero las vivencias superan con creces todo lo que se puede contar. Comprende una zona reservada, que son unas 40 ha de corralón de reproducción, que solo se puede mirar desde lejos, desde los tejidos de alambre. Se pueden ver ñandúes, tapires y, con suerte –porque se acercan menos–, ciervos de pantano.
La visita de observación se efectúa al área de las jaulas, en medio del monte, en el que parejas de eirá (una especie de gato salvaje con cuerpo alargado marrón o gris), aves de diversos tipos y tamaños –como el búho o ñakurutú–, pumas, jaguaretés, osos meleros y hormigueros viven en sus respectivos sitios asignados.
También es posible cruzarse en los camineros con parejas de mytũ (pavo del monte), un ave de mediano tamaño que está en la franja roja en cuanto a peligro de extinción, según explica una de las guías que acompaña el recorrido. “Es un ave de comportamiento muy curioso, pues pone huevo solo dos veces en el año y, cada vez que lo hace, pone solo dos huevos; es decir, solo son cuatro huevos en el año por ejemplar”, resalta la especialista. No solo eso, sino como su carne es muy apreciada por la gente, ese factor se ha convertido en otra de las razones de su gradual extinción. Pero hay esperanzas, pues se ha logrado una exitosa reproducción en cautiverio. Lo mismo ocurre con la pavita de monte o jakú po’i (Penélope).
Todos los animales tienen su historia y sus rarezas, ya es solo cuestión de llegar a estos sitios de Ayolas y escucharlas de los guías del lugar. Todos estos recursos van afianzando el turismo interno y, como en muchas zonas del país, de a poco, el visitante empieza a recibir más de lo que gasta o paga.
• Fotos ABC Color/Jorge Benítez/Gentileza/Oscar Rivet.